Esa noche las estrellas se veían en
la gran capital. Los gatos del centro se agruparon, como bailando.
Eran dueños de la pista, extensas veredas húmedas y griseadas. Pero
aquella madrugada lucían más coloridas que nunca, ningún humano
estropeaba el camino. Y hacia allá iban los gatos bohemios, lejos de
todo lo que no maullara. Estaban de fiesta y los ladridos del barrio
alto serían sus aplausos: qué mejor para la libertad felina que
presumirla frente a esos mimados de raza. Para luego escaparse, quién
sabe a dónde, excepto la ciudad que solitaria a sí misma se vigila denoche.
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