jueves, 19 de junio de 2014

Los gatos bohemios

Esa noche las estrellas se veían en la gran capital. Los gatos del centro se agruparon, como bailando. Eran dueños de la pista, extensas veredas húmedas y griseadas. Pero aquella madrugada lucían más coloridas que nunca, ningún humano estropeaba el camino. Y hacia allá iban los gatos bohemios, lejos de todo lo que no maullara. Estaban de fiesta y los ladridos del barrio alto serían sus aplausos: qué mejor para la libertad felina que presumirla frente a esos mimados de raza. Para luego escaparse, quién sabe a dónde, excepto la ciudad que solitaria a sí misma se vigila denoche.

El descalzo

Su largo y blanqueado cabello resaltaba entre las cabezas de la escasa muchedumbre. Lucía una llamativa barba y vestía un viejo y sencillo blusón oscuro. De su hombro colgaba un descuidado bolsón que seguramente guardaba todas sus pertenencias. Con la mirada le seguí los pasos descalzos sobre la baldosa, lo noté ardoroso. Se dirigió a la archivera y registró su préstamo. Morí de ganas por saber qué libro se llevó a casa, uno de los tantos rincones que circundan la Posta Central.

En rojo

Cuando ocurre, no lo hace como las películas muestran. Te ciega, paraliza tus pensamientos y después los distorsiona. Sentí el peso caído sobre mis hombros, desfallecía de respirar. Permanecí inmóvil, perdía el tacto lentamente. Cuando sentí el despliegue de mi vida, me salvó tu voz. Pronunciaste mi nombre con bella virtud, inspiradorándome que sería solo una siesta. Imprudente fui y llegué al límite en el que pudimos estar más cerca. Lo suficiente para que me acariciaras con tu presencia angelical, salvándome la vida que a ti te robaron precozmente.
Valió la pena al sentir tu hermandad, no mirar aquel semáforo de peatón.

La descuartizadora

La asesina ingresó por la ventana frontal arrastrando el cuerpo de su desconocida víctima. El acto homicida se había realizado minutos antes en el antejardín del mismo domicilio, los vecinos no se despertaron y nadie llamó a Carabineros.  Comenzó por las extremidades y como con cariño, se deslizó despacio y las posó minuciosamente sobre la alfombra. No era la primera vez que dormía junto a un cadáver aún tibio. La autoridad local la sorprendió al mediodía siguiente. La joven criminal parpadeó sus bigotes y pagó su atún diario como fianza. Quedó en libertad maullando gloriosa.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Periodismo: ¿La peor carrera?


Hace un par de semanas la revista laboral CareerCast publicó una lista con los mejores trabajos en la que los leñadores y periodistas ocupaban, no con mucho orgullo, los dos últimos lugares del ranking. Entre los argumentos de esta posición se encuentran los altos niveles de desempleo y los cambios tecnológicos que han provocado inestabilidad y desempleo. Si a esto se le suma que según el sitio mifuturo.cl, patrocinado por el gobierno, un periodista recién egresado gana entre seiscientos y novecientos mil pesos, un sueldo muy menor comparado a la oscilación entre uno y dos millones de un abogado durante su primer año de trabajo, entonces, la pregunta se hace evidente ¿Por qué la gente estudia periodismo? ¿Cuál es la motivación y promesa al estudiar esta carrera?

Abraham G. tiene 26 años, egresó de la Universidad Diego Portales el 2011 pero comenzó trabajando como periodista en 3TV, el canal online de La Tercera, el 2009. Desde ahí pasó por Las Últimas Noticias y actualmente se desempeña en el late de Mega “Más vale tarde” formalmente como productor, pero en la práctica propone pautas, contacta a los entrevistados, los convence de salir en cámara, les hace las preguntas, hace de notero y algunas veces hasta edita los videos.

Reconoce haber ingresado a esta carrera, como muchos, escapando de los números, y no se arrepiente. "Es una carrera entretenida, dinámica, conoces gente y lugares. Finalmente todo vale la pena", dice convencido. Lleva poco tiempo en el mundo laboral pero lo ha vívido intensamente. Agradece la oportunidad de haber reporteado acontecimientos importantes, en los cuales ha servido como buscador de noticias humanas. Distingue otro tipo de reportero, aquel de datos duros que busca información técnica y de autoridades, pero no ha sido su caso en las catástrofes que ha cubierto.

Destaca el sufrimiento del que ha sido testigo en ellas.”Tú vas inmediatamente después y ves ciudades completas en el suelo, gente pasándolo mal. Una vez cuando reporteé el terremoto del 2010, me encontraba con mis compañeros grabando imágenes en un gimnasio municipal saturado de cadáveres. Entonces, de pronto entró una señora acompañada de unos militares, destapó un cuerpo y explotó en llano y desesperación". Pese a choquearse en estas situaciones –que afirma son recurrentes-, reconoce que con el tiempo se ha "insensibilizado", pues asegura que es necesario para realizar un mejor trabajo sin distraerse “pero sin perder la consciencia, eso sí”.

Sin embargo, no todo es tragedia. En esa misma ocasión a Abraham se le acercó un niño que le enseñó el lugar y testificó frente a cámara su inocente experiencia en la catástrofe. Ese vídeo lanzó a la fama al Zafrada y también a Abraham, quien obtuvo críticas y al mismo tiempo nominaciones a premios por esa nota.

El periodismo siempre ha sido una labor cuestionada y Abraham lo confirma. A diferencia de otras profesiones, el trabajo del reportero es masivo y cuestionado por todos los que están expuestos a verlo. "Desde tu jefe hasta la gente que ve tu trabajo, esa es una diferencia con otras pegas", comenta. Otra particularidad es, indudablemente, el carácter aventurero que implica al estar en terreno. En su caso, ha dormido en los lugares más inhóspitos, desde una radio comunitaria hasta el mismo auto en el que ha llegado.

En el terremoto de Iquique recurrió a estas soluciones. Para esa ocasión, cuando la alarma sonó Abraham debió interrumpir sus vacaciones. "El periodista tiene que estar conectado con la realidad y también tiene tiempos distintos al resto, ese es uno de los temas que implica más sacrificio. De pronto estás en la casa, pasa algo y tienes que irte”, comenta sin quejarse por el freno de su reposo. “Es como la pega de los bomberos”, añade.

Es común que en circunstancias catastróficas exista cierto nivel de sensacionalismo, siendo ésta una de las cosas más criticadas del periodismo. Sin embargo, Abraham sostiene que es un mal necesario e indispensable  a la hora de “presionar a las autoridades y hacer que la gente se ponga la mano en el corazón”. Afirma que es es sumamente importante la labor del periodismo en ese sentido, “Para un presidente no debe ser fácil tener un terremoto en el norte y para más encima una televisión que habla todo el día de eso”, añade.

Otra crítica recurrente son las líneas editoriales de los medios y cómo omiten o cambian la información para beneficiar a sus dueños o a los círculos de poder. Si bien Abraham está de acuerdo con que a veces existen límites, reconoce que en Chile hay transparencia en esta labor y que hasta donde le ha tocado ver las restricciones son pocas. Sin embargo, pese al avance que ha tenido la prensa -contrastando con la dictadura, por ejemplo- cree que aún hay trabajo pendiente en este ámbito.



Y está dispuesto a contribuir en ello, pues, pese a todo, Abraham no se arrepiente de haber elegido esta carrera. Con una visita a Juan Fernández, dos terremotos, un tsunami y el rescate de los mineros, más toda la labor diaria, justifican para él y para muchos de sus compañeros el ser periodista, una labor sacrificada pero que cuando la ejerces nunca deja de enseñarte, sorprenderte y mostrarle algo más a la sociedad. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

Narración

La discriminación que no tiene nombre

'Tome asiento, señorita Amanda', me indicó la secretaria después de responderle en portería quién soy. Por mientras hojeé un par de revistas banales e incluso acepté un café. Concentrada en ambas cosas, me interrumpió el abrir de la puertecilla que desembocaba de un ventanal polarizado. En él noté la silueta de una mujer estándar, impresión que mantuve cuando salió de la oficina de cristal. 'Ha sido un placer, señorita Dietline Zimmerman', le dijo el tipo esforzado en pronunciar el nombre que leía de una tarjeta. La mujer tenía aspecto mestizo y al despedirse comprobé su acento chileno.

¿Señorita Zimmerman?, ¿Quién nombra y apellida a alguien una situación tan coloquial como lo es despedirse? Es como si el orgullo ajeno por algo tan sencillo como un nombre se manifestara de forma literal, porque si refiérase al hecho de ser alemana se reducía sólo a eso: el nombre. Quizás exagero, pero fue una breve impresión que acentuó la indignación que sentiría más adelante.

La siguiente era yo. Se trataba de mi primera entrevista laboral, pero estaba bien preparada. Lucía una buena presentación, me respaldaba un buen currículum académico y presumía una excelente oratoria, fundamental en una relacionadora pública. Entré a la oficina cristalina y tomé asiento. Desde eso, logré un diálogo muy fluido y positivo con quien podría ser, según lo que las expectativas del momento señalaban, mi futura jefa. Sus buenas impresiones parecían indicar que todo iba bien, extremadamente bien... hasta que solicitó mis documentos.

No. No se trata de lo que están pensando. Mis documentos existen, son reales y no he falsificado ni mentido. Bueno, tal vez sí he hecho esto último, pero piadosamente. Mi nombre no es Amanda como lo establece mi currículum, sino que es Aquaman. Sí, me llamo Aquaman Soto, soy mujer y ésta es mi historia.

Mi infortunio comenzó por mis padres, predeciblemente. Cuando se enteraron que lo serían por primera vez tenían solamente veinte años y para ese entonces uno de sus pasatiempos favoritos era leer historietas superheroícas entre las que figuraban los cómics de Aquaman, importante superhéroe de la Liga de la Justicia que poseía poderes sobre el agua. Por otro lado, la noticia de mi natalicio se conoció a puertas del verano y enseguida mi papá comenzó a trabajar como salvavidas en una playa de Viña para mantener a su futura familia. Poco tiempo después rescató a unas niñas que se ahogaban en temporada de bandera roja, pero el precio de salvarlas le pasó la cuenta.

Si bien el hecho de no haber conocido a mi padre es algo que he lamentado toda mi vida, no es el motivo por el que me quejo en este momento. A modo de memoria por su acción heroica en el mar y en afinidad con sus intereses por los superhéroes y en especial Aquaman, mi madre decidió conmemorarlo llamando así a su futuro hijo, pero al parecer sus cálculos le salieron mal. De su vientre desafortunado nació una niña.

'Pero si suena como de mujer también', pensó hace veinticinco años y explica hasta hoy. En el colegio sufrí de bullying, pero no tanto; he tenido roces con autoridades incrédulas ante mi nombre; se han burlado de mí en distintos lugares, "en buena", dicen. Eso sí, creo que los peores insultos son los pelambres sobre mi madre, dichos por quienes desconocen la trágica historia que fundamentó su decisión. Claro está que no la comparto, pero tampoco la critico. Desde que comencé la enseñanza media estoy en campaña para cambiarme el nombre a Amanda, pues a mi papá lo tengo en mi apellido y no quiero que sea parte de algo negativo en mi vida como lo es llamarme Aquaman. Lamentablemente no he tramitado en el registro civil y mi condición en términos legales no ha cambiado.

Tener un nombre ridículo destina una infancia llena de humillaciones. Si bien del bullying varía, la inmunidad ante las burlas no existe. Incluso es normal, pero nunca pensé que influiría a esta altura adulta de mi vida en la que, ya convertida en profesional, busco trabajo.

 'Pero dijo que se llamaba Amanda', me dijo el gerente que clavaba su mirada decepcionada sobre los documentos, como si toda la entrevista hubiese sido una farsa. Trató de disimular su rechazo, pero fue evidente tal como su sobrevaloración con la mujer de nombre alemán. Está de más decir que no volvieron a llamarme para el puesto. En su lugar me escribieron un e-mal: "La seriedad es un requisito importante para un puesto tan representativo como lo es RRPP", explicaba.

Es increíble cómo algo tan involuntario puede ser parte tan importante de la identidad. Los gustos, los intereses, el estilo, las amistades, la apariencia, las mañas, la familia, el perro, el gato e incluso el nivel socioeconómico de una persona son parte de su definición. "Dime con quién sales y te diré quién eres", predican los más prejuiciosos -y los que no, difieren pero lo practican igual-. ¿Pero un nombre?, ¿cómo pueden juzgarte por tu nombre? Definitivamente vivimos en una sociedad superficial, preocupada en evaluar el valor de las cosas por etiquetas que no representan verdaderamente el mérito de las personas.

 Y se supone que meritocrático es el país en el que vivimos, en teoría. Pero en la realidad existe el racismo, el clasismo, el sexismo, la xenofobia, la homofobia, entre otras discriminaciones. ¿Y cómo se dice cuando te discriminan por el nombre? Que la redundancia valga, pues eso no tiene nombre.