miércoles, 21 de mayo de 2014

Narración

La discriminación que no tiene nombre

'Tome asiento, señorita Amanda', me indicó la secretaria después de responderle en portería quién soy. Por mientras hojeé un par de revistas banales e incluso acepté un café. Concentrada en ambas cosas, me interrumpió el abrir de la puertecilla que desembocaba de un ventanal polarizado. En él noté la silueta de una mujer estándar, impresión que mantuve cuando salió de la oficina de cristal. 'Ha sido un placer, señorita Dietline Zimmerman', le dijo el tipo esforzado en pronunciar el nombre que leía de una tarjeta. La mujer tenía aspecto mestizo y al despedirse comprobé su acento chileno.

¿Señorita Zimmerman?, ¿Quién nombra y apellida a alguien una situación tan coloquial como lo es despedirse? Es como si el orgullo ajeno por algo tan sencillo como un nombre se manifestara de forma literal, porque si refiérase al hecho de ser alemana se reducía sólo a eso: el nombre. Quizás exagero, pero fue una breve impresión que acentuó la indignación que sentiría más adelante.

La siguiente era yo. Se trataba de mi primera entrevista laboral, pero estaba bien preparada. Lucía una buena presentación, me respaldaba un buen currículum académico y presumía una excelente oratoria, fundamental en una relacionadora pública. Entré a la oficina cristalina y tomé asiento. Desde eso, logré un diálogo muy fluido y positivo con quien podría ser, según lo que las expectativas del momento señalaban, mi futura jefa. Sus buenas impresiones parecían indicar que todo iba bien, extremadamente bien... hasta que solicitó mis documentos.

No. No se trata de lo que están pensando. Mis documentos existen, son reales y no he falsificado ni mentido. Bueno, tal vez sí he hecho esto último, pero piadosamente. Mi nombre no es Amanda como lo establece mi currículum, sino que es Aquaman. Sí, me llamo Aquaman Soto, soy mujer y ésta es mi historia.

Mi infortunio comenzó por mis padres, predeciblemente. Cuando se enteraron que lo serían por primera vez tenían solamente veinte años y para ese entonces uno de sus pasatiempos favoritos era leer historietas superheroícas entre las que figuraban los cómics de Aquaman, importante superhéroe de la Liga de la Justicia que poseía poderes sobre el agua. Por otro lado, la noticia de mi natalicio se conoció a puertas del verano y enseguida mi papá comenzó a trabajar como salvavidas en una playa de Viña para mantener a su futura familia. Poco tiempo después rescató a unas niñas que se ahogaban en temporada de bandera roja, pero el precio de salvarlas le pasó la cuenta.

Si bien el hecho de no haber conocido a mi padre es algo que he lamentado toda mi vida, no es el motivo por el que me quejo en este momento. A modo de memoria por su acción heroica en el mar y en afinidad con sus intereses por los superhéroes y en especial Aquaman, mi madre decidió conmemorarlo llamando así a su futuro hijo, pero al parecer sus cálculos le salieron mal. De su vientre desafortunado nació una niña.

'Pero si suena como de mujer también', pensó hace veinticinco años y explica hasta hoy. En el colegio sufrí de bullying, pero no tanto; he tenido roces con autoridades incrédulas ante mi nombre; se han burlado de mí en distintos lugares, "en buena", dicen. Eso sí, creo que los peores insultos son los pelambres sobre mi madre, dichos por quienes desconocen la trágica historia que fundamentó su decisión. Claro está que no la comparto, pero tampoco la critico. Desde que comencé la enseñanza media estoy en campaña para cambiarme el nombre a Amanda, pues a mi papá lo tengo en mi apellido y no quiero que sea parte de algo negativo en mi vida como lo es llamarme Aquaman. Lamentablemente no he tramitado en el registro civil y mi condición en términos legales no ha cambiado.

Tener un nombre ridículo destina una infancia llena de humillaciones. Si bien del bullying varía, la inmunidad ante las burlas no existe. Incluso es normal, pero nunca pensé que influiría a esta altura adulta de mi vida en la que, ya convertida en profesional, busco trabajo.

 'Pero dijo que se llamaba Amanda', me dijo el gerente que clavaba su mirada decepcionada sobre los documentos, como si toda la entrevista hubiese sido una farsa. Trató de disimular su rechazo, pero fue evidente tal como su sobrevaloración con la mujer de nombre alemán. Está de más decir que no volvieron a llamarme para el puesto. En su lugar me escribieron un e-mal: "La seriedad es un requisito importante para un puesto tan representativo como lo es RRPP", explicaba.

Es increíble cómo algo tan involuntario puede ser parte tan importante de la identidad. Los gustos, los intereses, el estilo, las amistades, la apariencia, las mañas, la familia, el perro, el gato e incluso el nivel socioeconómico de una persona son parte de su definición. "Dime con quién sales y te diré quién eres", predican los más prejuiciosos -y los que no, difieren pero lo practican igual-. ¿Pero un nombre?, ¿cómo pueden juzgarte por tu nombre? Definitivamente vivimos en una sociedad superficial, preocupada en evaluar el valor de las cosas por etiquetas que no representan verdaderamente el mérito de las personas.

 Y se supone que meritocrático es el país en el que vivimos, en teoría. Pero en la realidad existe el racismo, el clasismo, el sexismo, la xenofobia, la homofobia, entre otras discriminaciones. ¿Y cómo se dice cuando te discriminan por el nombre? Que la redundancia valga, pues eso no tiene nombre.

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