Cuando
ocurre, no lo hace como las películas muestran. Te ciega, paraliza
tus pensamientos y después los distorsiona. Sentí
el peso caído sobre mis hombros, desfallecía de respirar. Permanecí
inmóvil, perdía el tacto lentamente. Cuando sentí el despliegue de
mi vida, me salvó tu voz. Pronunciaste mi nombre con bella virtud,
inspiradorándome que sería solo una siesta. Imprudente fui y llegué al límite en el que pudimos estar más cerca. Lo suficiente
para que me acariciaras con tu presencia angelical, salvándome la
vida que a ti te robaron precozmente.
Valió la
pena al sentir tu hermandad, no mirar aquel semáforo de peatón.
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